Caminaba
sin tomarles atención. Yo pensaba en las cosas que estaba haciendo y lo que
tenía pendiente. Cruce por enfrente de ellas y ni siquiera una mirada de reojo
les daba.
Yo sé que soy un tanto frío y despistado pero en ocasiones creo que
exagero. No sé si me estaba portando insensible o simplemente no eran de mi
importancia. Pero no debería ser así, ya que ellas vivían en la casa y todos los días les
veía. Hoy me siento culpable por no prestarles la atención debida. Eso sí,
cuando me di cuenta corrí para brindarles ayuda. Ahí estaban, tristes, sucias y
hasta descoloridas. Y todo por la falta de atención, por la negligencia o por
no sé qué cosa. Fueron varias veces las que pasé enfrente de ellas y no lo
había notado. Ese día era la última vez que pasaba por ahí y me detuve esos
cinco segundos que se necesitan para darse cuenta lo que sufren. Miré primero a
una, la que estaba en la entrada, me dio tristeza y pensé que no era la única
que sufría. Caminé a ver las otras que estaban en cada esquina. Esas dos eran
más altas, eran fuertes pero aun así se notaban tristes y descoloridas. Estiré
mi mano y la toque, mis dedos quedaron sucios después de que los enterré en
tierra para ver si no tenía humedad. Era puro polvo, así que corrí por dos
cubetas, me dirigí a donde estaba la llave del agua.
Llené las dos cubetas y
corrí nuevamente a donde estaban ellas. Pobres plantas, ya estaban colgando sus
picos. Nadie les había hecho caso en algún tiempo. Puse agua hasta que las
macetas rebosaron. Esa noche estoy seguro platicaron entre ellas y hablaron de
la esperanza que había llegado a sus vidas. Todos podemos brindar ayuda y
esperanza a los que están alrededor. Basta con tomar unos segundos para ver sus
expresiones. Si están con el pico caído y se ven tristes, hay que brindarles lo
que les ayuda, el agua fresca que reanima. Pobres plantas, muchas veces mueren
porque hay pocas personas insensibles que ni siquiera pueden brindarles esos
minutos para darles lo que les hace feliz.
Hasta
la próxima.
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