domingo, 10 de mayo de 2015

Si somos fríos no hay que ser diferentes




Soy poco afectivo. Nací en una familia que nunca nos enseñó a ser efusivos, porque tampoco les enseñaron el afecto. Somos fríos, no tanto para llegar a indiferencia, pero si somos algo fríos. Hay algo que divide, la indiferencia y el ser fríos. No recuerdo un cumpleaños para mí. Quizá por la
forma como los enseñaron a ellos, quizá por el dinero que no había en nuestra casa o por otras cosas, lo cierto es que no había eso. Pero se nos enseñaba el respeto. Se nos formaba en la generosidad. Todavía recuerdo el día que unos señores pasaron vendiendo vigas que traían cargadas en sus burros. Mi padre quería comprar para poner un techo a un tejaban pero no había dinero. Los vendedores siguieron su camino, era de mañana. Al atardecer pasaron de regreso ofreciendo nuevamente las vigas a precios más bajos. Mi padre ni así las pudo comprar. Los vendedores cansados de caminar quien sabe cuántos días, pues venían de la sierra, quizá sin bañarse y muy posiblemente sin dinero y sin haber comido. Ya iban un poco retirados cuando le pregunté a mi padre que si les podíamos dar aunque fuera unas naranjas que teníamos para que comieran algo. Mi padre afirmó con su cabeza. Entré a la casa corriendo y como pude tome las que podía en mis manos. Fui corriendo detrás de aquellas personas que arreaban su burro. Cuando corría gritaba a aquellos hombres que esperaban. Cuando los tuve enfrente les dije que comieran algo y les tendí mis manos. Los ojos de ellos eran brillosos y su cansancio se había borrado de su rostro. Me dijeron gracias y yo regresé con mi padre. 


No recuerdo que más hicimos esa tarde, pero lo que habíamos hecho había llenado parte de mi vida. Aunque seamos fríos no hay que ser indiferentes e insensibles. Dios nos da tanto en la vida y aunque sea poco a los ojos de los demás puede hacer felices a otros. El generoso siempre gana en esta vida. No busques ganar cosas materiales, gana amor, gratitud, respeto, cariño, confianza y muchas otras cosas más. La vida misma te sorprenderá. Jesucristo cuando estaba cansado y veía a la gente a su alrededor se compadecía. La compasión no es lastima, es misericordia, es compartir su dolor y atenderlos. No seamos indiferentes ante los que sufren. Aunque seamos fríos podemos cambiar la vida de muchos, Dios te dará lo que necesitas. Si quieres algún consejo no dudes en preguntar.



Hasta la próxima.





6 comentarios:

  1. Todos podemos dar algo y eso es fácil, pero para un consagrado el crecimiento y desarrollo de l afectividad es indispensable para llegar más y mejor a los demás, debiera ser natural, pues se sabe infinitamente amado por Dios y ese amor y afectividad hay que demostrárselo a aquellos que tuvieron menos oportunidad que nosotros en recibirla. Hay siempre que trabajar en ello.

    ResponderEliminar
  2. Que bella historia. Gracias Señor por darnos tu amor .

    ResponderEliminar
  3. Que bella historia. Gracias Señor por darnos tu amor .

    ResponderEliminar
  4. Hermosa historia, como dice el dicho hay que dar sin recibir nada a cambio... Dios no bendice día a día con cada gesto de amor infinito...

    ResponderEliminar
  5. Hermosa historia, como dice el dicho hay que dar sin recibir nada a cambio... Dios no bendice día a día con cada gesto de amor infinito...

    ResponderEliminar
  6. Pensé que al final habían decidido dejarles en retribución un palo jiji, que interesada soy

    ResponderEliminar